Miguel Bosé, elogio de la horterada

Están Mozart, están los Beatles y está Miguel Bosé (ah, y Bach). La música no sería lo mismo sin su, ejem, talento.

Están Nureyev, Barishnikov y, claro, Miguel Bosé. Qué forma de llenar el escenario, ¡qué milagro en movimiento! ¡Escalofríos con esas coreografías-Chueca!

Bob Dylan sabe bien que, desde hace años, un incomensurable creador pone en duda su reinado escribiendo letras. Cómo no: Miguel Bosé, autor de frases como ‘hey nunca ya más nadie ni tan bello y jamás’ (?).

¿Cómo iban siquiera a imaginar Ella Fitzgerald, Tom Waits o el mismísimo Frank Sinatra (¡La Voz!) un garganta tan excelsa, irrepetible y patéticamente engolada como la de Miguel Bosé?

Está bien, no cuela. Vengo del Palacio de los Deportes de Madrid, de investigar exactamente qué demonios tiene Papito que tanto mola. Y lo he averiguado, aunque en no pocos momentos he sentido ganas de causarme a mí mismo lesiones incompatibles con la vida.

El gran activo de Papito es, indudablemente, su horterismo. Sólo con melodías así de chuscas, arreglos tan burdos y letras tan ridículas se logra un éxito TAN masivo. Su cutre-pop vigoréxico es una poderosa y fría arma de destrucción masiva cuidadosamente estudiada. El catón del triunfo y sus operaciones.

Bosé es un triunfito de sí mismo y sus canciones son en realidad anuncios de ellas mismas: ahí reside su posmoderno encanto. Nada por aquí, nada por allá. Puro artificio huero. Tomarse en serio a Papito es como disertar sobre el pensamiento político de Esperanza Aguirre: absurdo.

Sólo así podemos entender que el primer tema, ‘Ayurvedico’, vaya dedicado a la dieta con la que adelgazó 20 kilos. Sólo así se puede tolerar que en la segunda, ‘Cardio’, nos recite las preposiciones con un lamentable swing, y que su público (mayoría de pibones y gays, incierta bicoca) lo reciba como a Jesucristo redivivo.

No obstante, las dos ovaciones de la noche bises aparte (no me quedé, masoquismos los justos) fueron para: a) el momento en que se quitó la chaqueta, y b) cuando se puso culo en pompa hacia el respetable, con predominio de belén-estébanes y tipos con cuellos tony-manero.

Autoestima no le falta: a las primeras de cambio nos informó de que “este concierto va a pasar a la Historia”. Con razón: semejante falta de sentido del ridículo en alguien tan escaso de talento y discurso es del todo loable.

Aunque su propio público le desmintió: demasiados pasajes de frialdad con los temas del último álbum. Lógico: era puro pop televisivo pero, mecachis, nadie tenía el mando para cambiar de canal. El gentío charlaba y se iba al baño o a por una cerveza.

Lo salvable: la escenografía, con varios módulos móviles de leds y un arte bastante chulo. La versión de ‘Sevilla’, no excesivamente de mal gusto. El tono oscuro-perverso en algunos momentos. En general, el diseño de sonido estuvo crujiente: Bosé copia el gusto por el zapping sonoro de una Madonna. Y admito que, caramba, me jodió perderme ‘Bandido’.

Con todo -ahora en serio- su mayor milagro me parece el vocal: ¿cómo se puede vender la moto con una voz tan, cómo decir, fea?

Pero en fin, mejor no nos tomamos demasiado en serio a Bosé y su pop de Carrefour. Porque, en fin, está Mozart, están los Beatles y está, ejem, Miguel Bosé.

quico alsedo para elmundo.es